MULTICULTURIDAD EN UNA CLASE DE PRIMARIA
Durante el
cuatrimestre pasado, como algunos de vosotros ya sabéis, una profesora nos dio la
oportunidad de hacer un trabajo de campo que consistía en ir a un colegio durante
algunos días y observar algunos contenidos del temario en un aula real.
Yo fui a mi antiguo colegio y estuve en la clase de primero de primaria, una clase que contaba con 15 alumnos entre los cuales existía una gran diversidad en distintos ámbitos.
Del total de alumnado, 11 provenían de familias inmigrantes: una
familia es de Moldavia, otra de Bangladesh y 9 de procedencia sudamericana.
Estos niños, sobre todo los que no tienen el español como lengua materna, se
estaban adaptando y entendiendo poco a poco la cultura del país en el que viven
actualmente.
Hubo algo que me
llamo mucho la atención, y es que el hecho de que la gran mayoría de los niños proviniera
de Latinoamérica, había propiciado que los niños españoles, cuya familia es
española, adoptaran léxico de esa zona. Mientras estaba en la clase una
niña preguntó que, si se podía levantar a botar una cosa a la basura, después, la
profesora me dijo que esta alumna no provenía de ningún país de Sudamérica, por
lo que ella había sustituido el verbo “tirar” por “botar” al escuchárselo a
sus compañeros.
Además, el niño
proveniente de Bangladesh había llegado hacía tan solo dos meses a España sin
saber nada de español. Poco a poco, estaba logrando comunicarse y comprender a
la profesora y a sus compañeros, pero en ese momento, solo podía pronunciar
unas pocas palabras. Lo ideal sería que este pudiese contar con un aula enlace,
aulas que tienen como objetivo posibilitar una atención específica a aquellos
alumnos extranjeros recién incorporados y que presentan graves carencias
lingüísticas a través de programas específicos, pero al ser un niño que aún no
está en tercero de primaria, no tiene derecho a esta.
Al reflexionar sobre
los desafíos contemporáneos para las organizaciones educativas, y en concreto
sobre el desafío de la multiculturalidad, no he podido pasar por alto esta
experiencia.
Es innegable que la profesora se encontraba ante un buen combate, pues como ya he dicho, contaba con un alumnado que presentaba grandes desigualdades en el nivel de dominio idiomático y muy pocas ayudas a su favor.
Sin embargo, las
oportunidades tampoco se pueden dejar a un lado, pues con un simple ejemplo como el del verbo “botar”, podemos ver una clara riqueza idiomática dentro del aula.
Todos los días se llevaba a cabo una asamblea al inicio de la mañana y durante ella, los alumnos tenían que decir qué habían cenado la noche anterior para entrenar la memoria a corto plazo. Además de que esta fuera ejercitada, en esta actividad quedaba reflejada la gran diversidad cultural, pues de repente un niño había cenado un plato típico de el país del que provenía su familia y ninguno lo conocíamos. En este caso, la profe lo buscó en internet y lo proyectó en la pantalla digital para que todos lo pudieran ver y entender lo que el compañero había cenado. Incluso hubo alguna vez que lo buscamos y nos dimos cuenta de que no sabíamos lo que era tan solo porque en España lo llamamos diferente.
La riqueza cultural es una fuerte y preciosa ventaja que nos regala la multiculturalidad.
Al ser niños tan pequeños, no existía todavía esa posible tensión entre integración y discriminación. Además, la profesora estaba llevando a cabo un enorme esfuerzo para desarrollar, a partir de estas circunstancias, el aula como un espacio de aprendizaje sobre la diversidad, la convivencia y la empatía.
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